1/15/2013

El Olor de la vida (II)

La chica pasó rozándome y por un momento sentí su olor a libros viejos y a cuero gastado.

Yo me agarré fuerte a la barra para que no me arrastrase, y continué apoyda contra la pared del autobús.

En mis cascos sonaba aquella canción nueva que acababa de salir, esa que sonaba en todos sitios, no era ni de lejos mi preferida, pero la verdad es que estaba bastante bien. Nadie más cruzó por delante durante un buen rato, de forma que pude ir bastante cómoda, para estar depié. Al pasar junto a la residencia, se subió un grpo de ancianos. La mayor me hizo agarrarme de nuevo a la barra. La señora caminaba con dificultad, y sus dos acompañantes, no mucho más jóvenes ni más ágiles la ayudaban como buenamente podían. Frente a mí se había apoyado un chico, vestido de negro, con camiseta saltona, calaveras y demás parafernalia. Era bastante más alto que yo, y a todas vistas también más mayor, y al principio me pareicó que contemplaba al grupo de ancianos con curiosidad, o quizá con ternura.

Una frenada brusca me sacó de mi ensimismamiento y de mi canción, y aunque instintivamente me agarré a la barra para no salir despedida, rápidamente vi a la anciana precipitándose al suelo.  La agarré como malamente pude,  por la cintura, flexionando las piernas y haciendo cuanta fuerza podía. Mi mochila resbaló y cayó al suelo, y al momento los dos acompañantes de la señora se habían incorporado y tomaron mi relevo. Olían a persona mayor. No me extrañó.

Una  mano amiga me tendió el saquito que usaba a modo de mochila para el instituto. En contraste, el chico que estaba frente a mí olía a fresco,a  fuerza y  juventud. Me tendió el saco con una sonrisa amiga, y la acepté con un agradecimiento sutil.

Solo después caí en que no había intentado recoger a la anciana. Le miré, y continuaba mirándome con aquella bontia sonrisa, con aquella mirada curiosa, y de repente sentí un ardor, sentí mucho enfado y le odié, sin quererlo, con mucha intensidad, solo durante un momento. Por su culpa, por culpa de la gente como él, que veía las cosas y no actuaba, el mundo iba como iba.

Cerré fuerte los puños y subí el volumen de la música. 

Y seguramente solo era una imaginación mía, porque él apenas la había sostenido un instante, pero diría que algo en mí, quizá la mochila, olía a fresco, a fuerza y a juventud.



Carlos Garrido

No hay comentarios:

Publicar un comentario