Yo tenía toda mi atención en el móvil; un compañero de la universidad me contaba sus cosas, cuando de repente me sobresalté; muy, muy discretamente, quizá solo por dentro, pero que me sobresalté, no lo puedo negar. Al lado mío se había sentado una mujer. Olía a tabaco y a lejía. Lo demás, se podía preveer. A las 11 de la mañana no podía ir a trabajar; así que seguramente venía de limpiar en algún edificio para ir a otro, poque a las 11 de la mañana tampoco podía haber terminado de trabajar. El olor a lejía decía bastantes cosas, y su cara, aunque evité mirarla, también. Los matices hablaban por sí solos. El olor a cigarro decía incluso más.
Guardé el móvil, me alisé el vestido y aclaré la voz para pedir sitio: necesitaba estirar las piernas, y el resto del viaje bien podía hacerlo depié.
Aquel olor a vida, a realidad, era demasiado para mí. Demasiado intenso, demasiado cercano, demasiado hediondo, pese a que ni el tabaco ni la lejía olían tan mal.
De camino a la puerta me crucé con otra chica, más pequeña que yo, más linda, más ingénua. Ella olía a naranja.
Olía a fantasía y a ilusión.
Carlos Garrido
Sabía que eras una mujer!!!
ResponderEliminarPero el caso es que me gusta mucho (no que seas mujer, se entiende).