1/15/2013

El olor de la vida (I)

El autobús iba agradablemente cargado. Esto es, iba cargado, pero aún se podía mantener uno vivo dentro, lo cual era, pese a todo, más de lo que se podía decir la mayoría de las mañanas de invierno ya entrado, y entre los olores de los pasajeros y la sofocante calefacción, casi podía uno ir agradablemente adormecido o narcotizado, de ahí lo de agradablemente cargado: ir  medio inconsciente siempre era mejor que ir muerto de frío.

Yo tenía toda mi atención en el móvil; un compañero de la universidad me contaba sus cosas, cuando de repente me sobresalté; muy, muy discretamente, quizá solo por dentro, pero que me sobresalté, no lo puedo negar. Al lado mío se había sentado una mujer. Olía a tabaco y a lejía. Lo demás, se podía preveer. A las 11 de la mañana no podía ir a trabajar; así que seguramente venía de limpiar en algún edificio para ir a otro, poque a las 11 de la mañana tampoco podía haber terminado de trabajar. El olor a lejía decía bastantes cosas, y su cara, aunque evité mirarla, también. Los matices hablaban por sí solos. El olor a cigarro decía incluso más.

Guardé el móvil, me alisé el vestido y aclaré la voz para pedir sitio: necesitaba estirar las piernas, y el resto del viaje bien podía hacerlo depié.

Aquel olor a vida, a realidad, era demasiado para mí. Demasiado intenso, demasiado cercano, demasiado hediondo, pese a que ni el tabaco ni la lejía olían tan mal.

De camino a la puerta me crucé con otra chica, más pequeña que yo, más linda, más ingénua. Ella olía a naranja.

Olía a fantasía y a ilusión.

Carlos Garrido


1 comentario:

  1. Sabía que eras una mujer!!!

    Pero el caso es que me gusta mucho (no que seas mujer, se entiende).

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