11/17/2012

Dama Blanca

"Las luces perdidas de los faroles se reflejaban en el empedrado mojado.

Olía a ozono, acababa de llover. Ella venía de aquel lugar, casi onírico, donde las ideas se sucedían a una velocidad temeraria, donde alumbraban a uno con indecibles maravillas solo para ser olvidadas al instante.

Allí siempre hacía poco que acababa de llover. A veces, incluso llovía, aunque realmente no había una gran diferencia.

Caminó, con lentitud, hasta la puerta del hogar. Cojeaba, y al llegar no tuvo que picar en la puerta; esta se abrió y ella cruzó el umbral. Al otro lado le esperaba una ancianita que vestía un hábito blanco. La anciana hizo una muestra para que pasase, y ella le concedió una justa reverencia. El dolor mordiente de la pierna se mostró y ella apretó los dientes.

La anciana sonrió.

-Es un detalle que me hayas esperado. Necesario, sin embargo.

-Nada es innecesario en la vida-replicó ella- y lo entenderás, quizá, demasiado tarde, cuando seas vieja como yo, cuando estés cansada como yo, y cuando necesites que otros te lleven...como yo.

-La juventud es propensa a la ignorancia, no te atormentes intentando enseñarme antes de tiempo; cuando llegue mi momento, llegará.

-A todos nos llega-concedió la anciana blanca.

-No lo olvido. Y sin embargo, has venido, com te digo, en vano, pues no voy a llevarte nunca más, a ningún sitio.

-De nuevo-replicó la anciana, esta vez con una mueca dura- es la ignorancia la que habla por tus labios, la que mueve tus manos y guía tus pasos. Es la ignorancia la que se cuela en tu mente y enturbia tus actos.

-Y así debe ser, pues soy joven aún-respondió la chica con no poca seguridad. La pierna, sin embargo, le dolía. Los cabellos canos le pesaban, el brazo le jugaba malas pasadas- así que te ruego que busques tu propio camino. Al cabo, no me necesitas, al igual que yo no te necesito a tí.

-Dices eso como si no hubieses pasado toda tu vida conmigo

-Lo digo porque he pasado toda mi vida contigo.

La anciana balanceó el peso de su cuerpo sobre una pierna y se apoyó en el delgado bastón. Sus cabellos también eran canos, y era igual de alta que la chica. Ella se apoyaba en la pared. Cruzaron las miradas durante unos instantes, y finalmente la anciana chistó de mala gana y la rodeó. Cruzó el umbral. Aquel que separaba aquel lugar conciso y cálido del turbulento lugar de las maravillas, de lo fugaz y del caos, donde el odio de la lluvia perpetua y la luz de los candiles se mezclaban con la calma de la noche y la oscuridad que todo lo engullía.

-Y sin embargo-objetó la anciana dirigiéndole una última mirada, cargada de desdén- me necesitas.

-No te necesito nunca más-respondió ella con un atisbo de furia ahogada en la voz-. Ni a tí, ni a nadie.

La anciana rió. Rió con ganas, desde lo más profundo de su ser, y antes de desvanecerse habló por última vez.

-Cuando dices eso, pequeña, no sabes lo paradójico que suena. Porque tu y yo, créeme, volveremos a encontrarnos. Más pronto de lo que crees.

La chica la miró con dureza y cerró la puerta sin decir nada. Y luego se derrumbó, contra la misma chapa del umbral, jadeando con esfuerzo. El tiempo pasó, aunque fue difícil calcular cuánto. Afuera seguía todo mojado, todo oscuro. La débil luz de los candiles titilaba.

- Buen viaje, Muerte-susurró la chica para sí misma-se que, donde estés me echarás de menos. Como yo te echo a tí...Y sin embargo, mira, mírame-le imploró a la oscuridad, donde nada habitaba más allá del vacío empedrado y las fugaces maravillas- cuando no encuentre el camino, tendré siempre un faro, una fuente de luz pura e indeleble, con tanta fuerza que hasta tú, estés donde estés, podrás verla. Y te diré "¿Mira que alto alcanza y que fuerte luce mi orgullo". He ido a salvar el mundo, y he vuelto sin apenas intentarlo, tras descubrir que tenía razón. Que siempre la tuve, y no se qué es lo que más me asusta. Y sin embargo no me rindo al camino fácil, aún lucho, sin saber con exactitud cómo ni por qué, lucho, lucho como un lobato asustado, como el fuego contra el viento, y mírame, crezco, crezco mientras muero.

>>Porque se que en algún momento nuestros caminos volverán a juntarse; siempre lo han hecho. Y sin embargo, cuando volvamos a vernos, cuando vengas a por mí, luciré con orgullo y romperé las tinieblas.

>>Porque no habré dejado de luchar. Nunca, bajo ninguna circunstancia. Y por eso no te necesito.


>>Ni a tí, ni a nadie-murmuró antes de desvanecerse por completo."


Los Ecos de la venganza
Carlos Garrido

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