3/08/2013

"Y si la suerte le sonreía, aquella cicatriz sería para el resto de su vida"

"Abrió los ojos y se levantó.

Había terminado, tras doce días y doce noches. Con calma, se puso en pie, se palpó los hombros, silenció un gruñido. Tenía los músculos entumecidos. Con paso erranto cruzó la oscuridad que reinaba en la sala, solo interrumpida por resquicios de luz que se colaban por unas cortinas roídas y unos maderos que a duras penas si tapiaban la entrada. Alcanzó la mesita, que crujió cuando el capote de cuero fue retirado de encima. 

Crujió también el cajón, cuando lo abrió y sacó de él aquel viejo recuerdo plateado. La cadena colgaba entre sus dedos como hebras de plata fundida. 

Recogió también las fundas que habitualmente colgaban de su cinturón, y liberó del segundo estante unas hojas que llevaban días sin ver la luz del sol. Las enfundó con un vistoso movimiento y palmeó las empuñaduras con seguridad.

Recogió también el estilete que solía viajar en la caña de sus botas, y antes de devolverlo a su lugar lo mantuvo entre sus manos y lo observó, a la luz de aquellos tímidos jirones que dejaban entrever el polvo del lugar.

Aún brillaban sus filos a la luz del sol. Aún se notaban afilados al tacto. Lo empuñó con determinación y, sin prisa, como quien completa una obra maestra, recorrió su mano izquierda con uno de los filos.

Luego limpió la hoja de sangre y colocó en la caña de las botas. Y finalmente se dirigió hacia la salida.

Doce días y doce noches. Demasiado tiempo para meditar. Demasiado tiempo para no actuar. Demasiado tiempo casi sin comer, casi sin diferenciar el sueño de la vela. Tenía que recuperar aquello. Se palpó la cara, como si esperase encontrar cambios sustanciales. Volvió a mover los hombros en un movimiento inconsciente. Volvieron a crujir.

El dolor de la mano resonó en el silencio de su mente: sabía que el dolor desaparecería con premura. La cicatriz, sin embargo... Aquello seria un recordatorio. Con suerte, uno para toda la vida.

Sonrió y echó a andar hacia la salida, sin prisa pero sin pausa. Hacia la luz del sol, que tan poco le gustaba. Pero sabía que no podía permitirse continuar allí ni un minuto más. El tiempo de meditar y de esperar había terminado.

El tiempo de la obra, del diálogo y de la acción había vuelto.

Y, si la suerte le sonreía, habría vuelto para el resto de su vida.

Durase cuanto durase"



El Ciclo de Alira
Carlos Garrido

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