11/27/2013

"Ah... Los trolls"

Asentados sobre la ciénaga negra de Z'Akhul, los trolls menores de Amhun residían aislados del resto del mundo. Defendían el pantanal maloliente que era su ínsula, un territorio más muerto que vivo, escasamente poblado por plantas de aspecto amenazador y escurridizas bestias que reptaban por el lodo. Los trolls se consideraban a sí mismos el último resquicio de santidad en el mundo. Habían sobrevivido las hordas genocidas de hijos de los creadores, si. ¿Pero a qué precio? Despojados de todo cuanto poseían, sus tierras, sus pertenencias e incluso su nombre. Odiados por todos, asentados en tierra de nadie, y aún así perseguidos, perseguidos hasta los mismos confines del mundo. Los trolls jamás dejaban sus tierras. Habían asumido que nadie les quería rondando por los alrededores, de forma que habían aprendido a vivir aislados. Volvieron a escribir todos los escritos quemados. Volvieron a construír sus palacios. Más pequeños y honestos, más frágiles y menos bellos. Se adaptaron a la vida en una tierra miserable. Pero jamás perdonaron. Nunca más volvieron a compartir sus secretos con nadie; tenían una razón para odiar. Nadie podía adentrarse en las tierras de los trolls, profanar su santuario sagrado. 

Sabían que eran las últimas criaturas que habían nacido de la mano de sus creadores y que permanecían puras, inmunes a la corrupción de las demás razas, inmunes a la guerra, a la desigualdad.

Y estaban dispuestos a vivir aislados para proteger aquello último que les quedaba. Aunque supiesen que antes o después eso terminaría causando su eliminación.

 Relatos Dl Khal'Ashamaid


Ah... Los trolls menores de Amhun. Esos pequeños pero horribles seres. ¿Quién querría saber nada de ellos? Nadie, nadie en su sano juicio, no hay nada más que ver a uno de esos, oscuros, horribles y retorcidos, con esos colmillos que se les salen de la boca, no hay más que verlos para obviar que son como son porque ofendieron a los dioses, y aún lo hacen con su mera existencia. Algún dia nos enviarán a alguien, alguien suficientemente decoroso que una a toda la humanidad contra un enemigo común, y acabe con esa impureza que contamina el mundo y conjura el mal contra los seres decentes como somos nosotros.

Uriel, sacerdote del sagrado monasterio de Pii

Carlos Garrido

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